martes, 24 de septiembre de 2019

Muerte Por Cien Puñaladas

El diagnóstico es certero: muerte por cien puñaladas. Ni una más ni una menos, exactas. El trabajo de un profesional. Sin embargo, no todas son igual de recientes. La más antigua es claramente la del corazón. Sin duda fue el origen de todo. Después vinieron las demás, una a una, día tras día. Se puede apreciar que las que llevan más tiempo son más profundas. Luego van perdiendo fuerza, son casi rutina. La pérdida de sangre ha sido constante, perpetua. No puedo pretender que todo está bien cuando no es así.

Cuando emborracharse ya no es suficiente, porque cada día sigue amaneciendo sin que estés conmigo. Intentando matar el tiempo, tomando el camino a casa más largo para despejarme antes de volver al lugar donde fuimos felices. Y ahora no es de nadie. Lo que parecía ser un gran amor, uno que sería recordado por siempre, acabó no siendo más que una ilusión efímera. 

La primera puñalada la asestaste tú, directa e intensa. Las demás fueron obra mía. Cada vez que te recordaba. Quizás imitaba lo último que me diste, la punzada inicial. Una vez tras otra, durante semanas, meses, más de un año. Por todo el cuerpo, un total de noventa y nueve. Tras la centésima dejó de latir, de respirar, de vivir. Desangrado, exhausto, desesperado, agotado. 

Pero no soy yo el que yace en el suelo, si no el amor que sentía por ti. Ese jardín que empezó a crecer el día que te conocí. Que regabas con cada beso. Que iluminabas con cada mirada. Que florecía con cada “te quiero”. Que dejaste marchitar cuando te fuiste. Del que nunca más te preocupaste. Que olvidaste y hoy seguramente ni recuerdes. Pero hoy por fin ha ido en paz, también te ha olvidado a ti, aunque le hayan costado cien puñaladas. 

No es odio, pero tampoco es amor. Es simplemente indiferencia. Al fin y al cabo, si nuestra historia ha terminado, ¿por qué seguía escribiendo páginas?

lunes, 17 de diciembre de 2018

Mi salvavidas

Nunca pensé que pudiera perderte. Siempre fuiste mi refugio, el lugar al que volver cuando peor me sentía. Aunque otra ilusión me cegara, siempre estuviste ahí. Quizás alguna vez diera por hecho que ibas a estar ahí, por mí, pasara lo que pasase. Quizás es difícil valorar lo que siempre has tenido, lo que nunca pensaste que pudieras perder. Siempre fuiste mi salvavidas. El que me hace sonreír sólo con mirarle. El que me da seguridad, confianza. Al que me encanta picar, solo para acabar besándole. El que me eriza la piel solo con sentir sus labios. Al que no me cansaría de sentir a mi lado. La mirada más sincera. Lo más cercano al amor verdadero que he tenido. El único que no se cansa de mí a las semanas. Ni al mes. Ni al año. Ni dos ni tres. Esa persona a la que le pones tu película favorita, con la que estarías dispuesto a compartirlo todo. La que borracho se acuerda de ti, cada noche. Por la que lloras, y no por tristeza, si no porque la echas de menos. Porque añoras todos los pequeños oasis de felicidad que habéis vivido juntos. A la que has abierto las puertas de tu casa, de tu vida, de tu corazón. A la que miras, y te das cuenta de que cada pequeña imperfección lo hace perfecto. Que quieres una vida entera a su lado. Que lo que te ha querido y te ha demostrado, no lo ha hecho nadie más. Que es tu luz al final del túnel. Que es la persona con la que quieres despertar cada mañana. Que cuando todo va mal, cuando no queda nadie, está él. Mi salvavidas.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

El león sin corazón

Entre en alcohol y las risas, dos jóvenes se encuentran por primera vez. Las miradas delatan: se gustan. Pero ninguno parece lo bastante seguro para dar el primer paso, por diferentes motivos. Son dos personajes completamente diferentes, opuestos. Y esa es parte de la química. El primero de ellos, el león sin corazón, con la confianza en sí mismo suficiente para no necesitar a nadie, derivando de ahí su problemática. Acostumbrado a construir relaciones sobre terrenos inciertos, teme que se derrumbe alguna más. Necesita que le aporten seguridad, pero no está dispuesto a aceptarla. Al menos no conscientemente. El segundo, sin embargo, tiene la cabeza más clara. O eso cree él. La falta de autoestima le hace anhelar alguien que le quiera, que haga lo que él no es capaz. Piensa que la mejor manera de aprender a valorarse es viéndolo en los ojos de alguien más. Cuán equivocado está. Un hombre de hojalata cobarde, cegado por el miedo a la soledad, pero con un corazón generoso. Estar dispuesto a compartir tu corazón no vale de nada si no hay alguien que lo quiera aceptar. O que sepa que quiere hacerlo. Puede que algún día llegue alguien con predisposición a compartir. O puede que el hombre de hojalata viva inmerso en su cobardía. Para siempre.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Aunque no sea conmigo



quisiera saber cómo me recuerdas,

si me tienes como un bonito recuerdo,

o algo que quisieras olvidar.



quisiera saber si me piensas,

si alguna vez recuerdas mis labios,

al menos la mitad de lo que lo hago yo.



quisiera saber si te soy indiferente,

una mancha en el pasado,

algo que nunca se repetirá.



quisiera saber dónde fue lo que sentías,

tus ganas de verme, de besarme,

de cogerme la mano por madrid,

de parar el tiempo para seguir juntos.



quisiera saber qué sientes,

cuando oyes mi nombre,

cuando algo te recuerda a mí.



quisiera saber si te arrepientes,

si borrarías lo que hubo,

si desearías no haberlo empezado.



quisiera saber por qué el tiempo no te borra,

por qué sigo esperándote,

por qué sigo aquí.



quisiera que seas feliz,

ya sea con ella, con otra, con otro,

o simplemente contigo.



quisiera saber si me quisiste..

quisiera..

quisiera que me quisieras.




* * *

y no es por eso que haya dejado

de quererte un solo día.

estoy contigo aunque estes lejos

de mi vida.

por tu felicidad a costa de la mía.

* * *

martes, 20 de noviembre de 2018

Solsticio de Invierno



¿Cuánto tiempo tarda el corazón en superar una ruptura? ¿Qué es exactamente “superarlo”? ¿Dejar de echarte de menos? ¿Dejar de desear que vuelvas cada día?




Ya ha pasado un año desde que llegaste. Que te quise. Que rompimos. Que te fuiste. Te he olvidado lo suficiente como para olvidar por qué te necesitaba tanto. Cuánto dolían tus silencios. Cuánto sufrí por miedo a que se acabara, y cómo acabó sucediendo. No quiero recordar cuándo llegaste. Ni cuánto te quise. Ni por qué rompimos. Ni por qué te fuiste. Ni cómo me quedé, con el corazón en las manos, esperando que regresaras. Día tras otro, mantuve la esperanza. Sé que me querías, sé que tenías miedo. Pensé que acabarías volviendo, diciéndome que no podías estar sin mí. Que no querías estar sin mí. Por eso esperaba con la carita empapada que llegaras con rosas, mil rosas para mí.






No es la primera vez que te escribo, pero espero que sea la última. Al menos la última en la que las palabras brotan junto a lágrimas de tristeza. Quizás vuelva a escribirte, para decirte que soy feliz. Quizás te cuente que haya conocido a alguien. Quizás algún día alguien llene el vacío que dejaste. Quizás.

domingo, 15 de julio de 2018

Fecha de Caducidad

Una casualidad, una borrachera y una noche solitaria te trajeron a mí. Lo que no me dijeron es que nuestros días, aún antes de empezar, ya estaban contados. Una cruel cuenta atrás que no se detendría hasta tu partida. Cada día que paso conociéndote, memorizando tu risa, es un día menos para tener que decirte adiós. Desde que te vi, supe que serias mi siguiente error. La siguiente persona con la que ilusionarme, ser feliz, tocar el cielo, solamente para volver a caer, sentirme solo, y echar de menos.


Una relación con fecha de caducidad puede ser más dolorosa que una que no sabes cuándo va a terminar, en la que tienes miedo de hacer planes a largo plazo por si nunca llegan. Conoces exactamente el tiempo que tienes, y por eso te propones más disfrutarlo. Cada día cuenta, cada llamada, cada beso. Se cumplen más planes, ya que sabes que es ahora o nunca. Se vive el momento. Al fin y al cabo el amor es un juego, y hemos venido a jugar, ¿no? Pues juguemos. 

Si pudiera congelar un momento en el que vivir el resto de la vida, sería teniéndote encima, abrazados, desnudos y sudorosos. Ese instante de pasión, deseo y, quizás, amor. Ojalá pudiera tener tu presencia conmigo cada noche, besarte hasta que te duermas, sentirte conmigo, besarte al despertar. A veces la vida te da a probar pequeñas esencias que no te va a dejar volver a vivir. Y aún así, sabiendo que querrás más y no lo podrás tener, decides tomarlo. Porque mejor eso que no haberlo probado nunca, o al menos eso prefiero creer. 

Es curioso que lo que más tenemos sea lo que a veces más ansiamos: tiempo. Queremos más tiempo. Con toda la vida por delante, con años y años por vivir, sentimos la necesidad de tener más en el momento. De alargar los días como si fueran semanas. Que una noche contigo durara un mes. Que la semana que nos queda fuera como un año. Pero el tiempo no funciona así, es el que hay, y puedes invertirlo torturándote o disfrutándolo, y, sinceramente, ya tendré tiempo de lo primero cuando te vayas, así que me quedo con lo segundo.


Quizás algún día, alguna noche, me de por pensar en lo que te voy a extrañar, en las ganas que tengo de estar contigo, en la falta que me hace tu presencia. Pero entonces sabré, que volaste buscando tu propio destino, uno en el que no estoy yo, pero sí muchas otras personas, momentos, sorpresas, decepciones y felicidad. Y quién sabe, igual algún día nuestros caminos me vuelven a cruzar, o tal vez no. Es imposible saber si el destino guarda alguna posibilidad de volver a caminar a tu lado, pero estoy impaciente por descubrirlo.

lunes, 21 de mayo de 2018

No sé nada de ti.

No sé nada de ti. Hace meses que no sé nada. No sé quién eres, no sé quién soy. Lo único que soy capaz de recordar es cómo eras, cómo era yo cuando estabas ahí, cómo me hacías sentir. Ahora solo puedo fingir que todo va bien, que ya no pienso en ti, que ya no te echo de menos. Que no deseo cada día que vuelvas. Que no sigo esperando un mensaje tuyo. 

Me gustaría que vinieras y me dijeras que no has sido capaz de volver a querer a nadie más. Que nadie ha sido capaz de hacerte sentir lo que yo conseguí. Que te gustaría volver a tenerme a tu lado, que me has echado de menos. Pero sé que no sucederá, mientras me digo que aún existe la posibilidad.

Solo te das cuenta de lo feliz que eres cuando dejas de estarlo. No te das cuenta de lo enamorado que estabas hasta que le dejas ir. Que le quisiste tanto y tan fuerte, te dejaste caer tanto que ya no eres capaz de salir de ahí. El amor tarda tanto en llegar y se desvanece tan deprisa... 

Recuerdo una noche, hace no tanto, en la que verdaderamente te eché de menos. Todo iba a cámara lenta, la gente a la que le importo estaba conmigo, y todo era casi perfecto. Pero me faltaba un pequeño detalle. Me faltabas tú, entre toda aquella gente con tu sonrisa, deseándome un feliz cumpleaños.

Me gustaría que supieras que me cuesta la vida no hablarte, que me muero por oírte otra vez, que desearía correr a abrazarte, acariciarte, besarte. Y que cada vez que no lo hago, me parto en mil. Tan solo espero que de vez en cuando, tras un largo día, aunque sea solo un segundo, pienses en mí. En lo que fuimos, en lo que (quizás) nunca seremos.

Quizás hayas rehecho tu vida, hayas encontrado el amor con otra persona, que te da lo que yo no pude o supe darte. Algún día encontraré a alguien como tú. Solo puedo desearte lo mejor, aunque sea lejos de aquí. Y solo te pido un último favor: no te olvides de mí.